LA IMAGEN ROTA

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Monday, October 18, 2010

SOBRE LA POSTERIDAD Y LA CENSURA.
Por Sergio Giral
Todo artista por muy humilde o sencillo que fuera aspira a trascender su tiempo de vida y el reconocimiento de su obra. Este sentimiento es tan genuino como la necesidad intrínseca de crear. Si tomamos por ejemplo a Van Gogh, caeríamos en la duda si realmente abrigaba estas aspiraciones o solamente respondía a una imperiosa necesidad de pintar producto de su propia angustia existencial. En realidad no lo sabemos, pero nos podemos imaginar que sí, sino como entender que vendiera sus cuadros al hermano Theo y no los destruyera en pedazos como hizo con su famosa oreja. Existen también la extrema necesidad de trascender como es el caso de Eróstrato, quién destruyó el templo de Diana y al ser condenando a muerte por su crimen expresó “que poco precio para la eternidad”. Esto de la trascendencia domina la historia universal y junto a este sentimiento humano también existe un crimen tan demoledor como el del propio Eróstrato: la censura.
A lo largo de los 51 años de existencia de la industria de cine cubana creada en los albores del régimen castrista, varios directores de cine y especialista del género abandonaron la filas oficiales y partieron a un destino incierto, que en el mejor de los casos les permitió continuar la realización de películas en terminos relativos a su obra, generalmente sin el apoyo de una industria administrada por el Estado. En el peor de los casos, fueron condenados al silencio y al ostracismo, hasta que sus nombres y su obra quedaran olvidadas en los anales de la producción cinematográfica mundial, ni siquiera con las ventajas del iconoclasta Eróstrato.
Las entidades internacionales dedicadas a la preservación y difusión del arte y las culturas nacionales generalmente enfocan sus percepciones hacia obras reconocidas por gobiernos y regímenes sin tomar en cuenta que en estos existen artistas vetados y censurados cuya obra ha sido escondida o sacada de la circulación. Este tiende a ser el caso del cine realizado por cineastas que abandonaron el barco del naufragio y nadaron hasta la orilla. Es de apreciar que algunos especialistas han rescatado nombres y títulos en manuales dedicados a la historia del cine cubano pero su gestión ha quedado a niveles del conocimiento, que no sensibilizan a estas entidades muy ocupadas en mercer el beneplácito del gobierno cubano y las ventajas de un tratamiento especial en sus visitas a la Isla en festivales de cine, arte y cultura. Por otro lado, la presencia de obras realizados por cineastas del exilio es precaria cuando no inexistente en los festivales internacionales y en exclusiva cuando no es cuestionadora del régimen. La tendencia es a ignorar las obras de estos cineastas y declararlos incompetente desde el instante que abandonan la tutela dictatorial.
En varias ocaciones obras realizadas por cubanos en el exilio ha sido presentadas en dicho festival y han recibido una débil recepción cuando no la total ignorancia, mientras que filmes realizados por cineastas que viven en la isla han sido programados y extensamente promovidos en la media. Por supuesto estas películas llevan el sello emblemático de Made in Cuba, que les garantiza un reconocimiento de puerto de origen y una presupesta genuina expresión de arte, cultura y el sentir de su pueblo. Pero no siempre es así. En varias ocaciones estos filmes traen un disursos mediatizado sobre la realidad que vive el cubano en la isla, ya sea por la ferrea censura de su gobierno como por las posiciones oportunistas de participación. Se que hay, producto de mi propia experiencia, realizadores honestos que se hayan amordazados y no quieren jugarse el pequeño espacio de libertad y de expresión que la dictadura les ofrece a cambio del silencio y la complicidad. No todos tenemos la dignidad del martirologio, escapar del horror es también una de las formas de superviviencia.
Los cineastas cubanos que vivimos fuera del país y que aún insistimos en realizar filmes nos vemos en la situación de identificar nuestras producciones de acuerdo al país donde vivimos o donde se haya producido el film, restándole en festivales y muestras de cine la identidad nacional del creador y colocándolas fuera de consideraciones de autenticidad. Esto las condenan a un limbo competitivo con otras grandes producciones internacionales, ya que no existe el sello Made in Cuban Exiled o en el caso de los cinestas residentes de los Estados Unidos, Film Cubano-Americano u otras formas de identificar el origen de sus creadores. Nuestras obras son tiradas a la arena del circo a competir en una contienda de "león a mono amarrado", en el mejor de los casos. Por mi parte, continuaré utilizando el patronímico “cubano-americano” en mis filmes hasta el día que todo cambie y tanto los de la isla como los de afuera puedan expresarse libremente y sus discursos crean una diversidad temática y estilí1istica reconocida por su talento y no por el sello de su procedencia.

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