UNA TAZA DE CAFÉ PARA MAMÁ
Por Sergio Giral
Por Sergio Giral
Cuando uno es niño sus cosas ocupan muy poco lugar, es por eso que mamá lo había puesto todo en una sola maleta, aparte de un pequeño maletín que yo llevaba con lo necesario para el viaje.
Cuando llegamos al aeropuerto, en la sala de espera, vi hombres y mujeres encopetados que esperaban para ser llamados por las autoridades. Fueron pasando uno a uno antes que nosotros. Las mujeres llevaban pieles de zorros a pesar del calor que reinaba en el lugar. Pensé que quizás se trataba de una moda que obligaba a padecer. Mi madre también llevaba una piel de zorro, pero en su caso la dispensé porque se trataba de prepararse para el invierno que nos aguardaba.
Subimos al Clipper de Pan American que nos llevaría a la primera escala de nuestro viaje. El avión era largo y espacioso y al final, en la cola, no lejos de donde nosotros estábamos, había un foyer con butacas y un sofá de cuero oscuro alrededor de una mesa circular de cristal. Fue allí donde lo conocí, digo, donde lo vi por primera vez.
Cuando el avión despegó me regocijé con esa sensación que produce la ruptura de la gravedad. Me resultó algo emocionante. Lástima que con el tiempo esa sorpresa se convirtiera en miedo y extrañas premoniciones.
Al rato, cuando nos quitamos los cinturones de seguridad, quise moverme, como cualquier otro niño de diez años de edad. Mi madre lo permitió y fui directamente donde los butacones de cuero, como si un imán me atrajera. Me senté en el largo sofá y me arrellané, disfrutando la buena acogida del cuero. Miré a mi lado y vi a una mujer flaca que fumaba y miraba nerviosamente las nubes por las ventanillas ovaladas. Miré al otro lado y descubrí a un hombre corpulento, de rostro encendido y barba blanca, que bebía lentamente de una copa. El hombre me miró y me sonrió. Me dio la impresión de que estaba muy solo, no en el viaje, sino en su vida. Yo, al menos, viajaba con mi madre.
Al rato, el hombre pidió otra copa al camarero y comenzó a beberla como la primera. Yo lo miré de nuevo, él me volvió a sonreír y esta vez me habló:
-Hey, kid, what’s your name? (Eh, niño, ¿cómo te llamas?)
-My name is Tony. (Mi nombre es Tony).
-Oh, god, I see you understand English. (Oh, Dios, veo que entiendes inglés)
-Yes, I do. Some. (Sí. Algo).
-But you are a Cuban. Aren’t you? (Pero eres cubano, ¿no?)
-Yes, I am. (Sí, lo soy)
-Then, how comes a child like you speak English? (Entonces, ¿cómo se explica que un niño como tú hable inglés?)
-Well, my mother is American, although she doesn’t speak English. I have learned in school, and my father, who is a Cuban has also taught me. (Bueno, mi madre es americana, aunque ella no habla inglés. Yo lo he aprendido en la escuela y mi padre, que es cubano, también me lo ha enseñado). )
-Fine, very fine. And your mother, who is she? (Bien, muy bien. ¿Y quién es tu mamá?)
Yo señalé el asiento de mi madre, que sólo permitía verle un codo. El hombre sonrió.
-Yes, I’ve seen her when we went on board. She is a beautiful woman. (Sí, la he visto cuando abordábamos. Es una bonita mujer).
Mi madre se volteó en su asiento, como si hubiera escuchado nuestra conversación. Me miró, sonrió y me preguntó con la dulzura que la caracterizaba:
-¿Estás bien?
Yo afirmé y el hombre apuró el trago de la copa. Ya para entonces había sentido su fuerte olor a alcohol en el aliento, pero me resultaba inofensivo, más bien agradable, elegante y fuera de lo normal. Yo observaba, su rostro enrojecido y su barba blanca, era algo así como Santa Claus.
-Tell me, can you read English? (Díme, ¿puedes leer en ingles?)
-Yes, I can. My father teaches me. (Sí puedo. Mi padre me enseña).
-Humm! -el hombre exclamó y yo añadí:
-I’ve read Mark Twain’s Hunkerberry Flyn, Tarzan Adventures, and Alice in the Wonderland. All in English. (Yo he leído Hunkerberry Flyn de Mark Twain, Las aventuras de Tarzán y Alicia en el país de las maravillas. Todo en inglés).
-And how old are you? (¿Y qué edad tienes?)
-I’m eight years old, sir. (Tengo ocho años, señor).
-How comes your mother is American and she can’t teach you Englisn and your father, who is a Cuban, did it? (¿Cómo es que tu mamá siendo americana no te puede enseñar inglés y tu padre, que es cubano, lo hace?)
No hallé respuesta para su pregunta, y miré nuevamente en dirección a mi madre. Ella, como si presintiera mi turbación, sacó la cabeza por encima del asiento, nos sonrió y me dijo.
-¿No estarás molestando al señor?
El hombre se apuró en contestar con un español de fuerte acento norteño.
-No señora, no se preocupe, su hijo en un excelente muchacho.
El camarero trajo una tercera bebida, pero ésta era diferente a la primera. En vez de una copa alta en forma de embudo, donde reposaba una escarcha blanca tocada por una hojita de menta, se trataba de un vaso alto, lleno de un líquido ambarino donde flotaban unas hojas de hierbabuena enredadas en cubitos de hielo. El hombre tomo un sorbo de la bebida, la saboreó y cerró los ojos. Ya sea por cansancio o tristeza, suspiró profundamente.
El resto del viaje no lo recuerdo bien. Creo que leí unas tiras cómicas de Little Abner o Lulú que mi madre me había comprado en el aeropuerto. Cuando llegamos al final del viaje y el avión aterrizó, volví a fijarme en el hombre que parecía dormir, con el vaso vacío entre sus manazas rojas. Abrió los ojos y miró en derredor. Una voz metálica anunciaba el final del vuelo y nuestro arribo al aeropuerto de Miami. A Miami City Fla, como los cubanos solían llamarle a la ciudad.
Salimos del avión y nos acomodamos en un salón antes de pasar a Inmigración. Las señoras encopetadas conversaban alegremente con hombres de traje y corbata. Un oficial apareció en la estancia con un papel en la mano, saludó al hombre corpulento, de rostro encendido y barba blanca y lo hizo pasar el primero fuera del salón. Luego el oficial regresó y para sorpresa de las mujeres encopetadas y los señores trajeados, pronunció el nombre de mi madre y el mío. Lo acompañamos fuera del salón y ya en Inmigración, mi madre mostró nuestro pasaporte americano a un oficial que le estampó un cuño. Luego fuimos a sentarnos a una sala de espera, en unas butacas frente a la cafetería. Esperábamos el aviso del vuelo en que continuaríamos viaje hacia nuestro destino: New York.
Sentí cierta inquietud en mi madre y la miré. Ella me sonrió tristemente, abrió su bolso, extrajo una moneda y la puso en mi mano.
-Ve a la cafetería y tráeme una taza de café.
Yo me levanté, crucé la sala y entré en el lugar. Fui directamente al mostrador. Una camarera rubia y pecosa se apuró en acercarse.
-You shouldn’t be here. (No debes estar aquí).
Hablaba entre molesta y apenada.
-I just want to get some coffee for my mother. (Sólo quiero una taza de café para mi madre).
-In that case –dijo-, you should go to the other side, where it says Colored. (En ese caso, debes ir al otro lado, donde dice "de color").
Yo sabía de qué se trataba, pero un niño de diez años ya tiene su orgullo levantado y de donde yo venía no había carteles señalando donde podías y donde no. Aunque en algunos lugares pudieras y en otros no. Pero carteles no había. Sentí un ligero estremecimiento a mi lado. La mujer flaca del avión que miraba las nubes por la ventanilla ovalada, estaba allí, con un sándwich de jamón y queso en la mano y la mirada clavada en mí.
-You should go, kid. Go where you belong. (Debes ir, niño. Ve adonde tú perteneces).
La situación me irritó, miré alrededor. Los demás no se habían percatado de mi presencia. Una pareja hablaba entusiasmada y al fondo vi al hombre corpulento de barba blanca que leía un diario y tomaba sorbos de una taza de café. Salí de la cafetería con las manos vacías. Mi madre me miró con sorpresa.
-¿Y el café?
No había abierto la boca para explicar la situación, cuando una mano enorme se posó en mi hombro. Me volví para ver una suave sonrisa en su cara rojiza.
-C’mon. It goes on me. I invite you and your mother. (Vamos. Va por mí. Yo los invito a ti y a tu madre).
-But they… (Pero ellos…)
Intenté explicarme cuando el hombre hizo un gesto que restaba importancia al asunto. Yo le comuniqué la invitación a mi madre, ella sonrió y movió la cabeza en un tímido no.
-Well, tell your mother not to worry. Everybody knows me here. This is my country and I know them very well. (Bien, dígale a su mamá que no se preocupe. Aquí todo el mundo me conoce, este es mi país y los conozco muy bien).
Yo insistí con mi madre y al fin la convencí porque, a pesar de tener sólo diez años, a veces ella me escuchaba y confiaba en mis decisiones. Se levantó y seguimos al hombre corpulento al interior de la cafetería.
La camarera nos vio entrar y enseguida cambió la expresión de su rostro, de molesta y apenada a alarmada. El hombre nos señaló unos asientos en el mostrador y nos sentamos. La camarera se apuró en acercarse, llevaba una cafetera en la mano. Nerviosa le habló al hombre corpulento de barba blanca.
-Pardom me, maybe they are your friends, but they can’t be here. (Perdóneme, tal vez ellos son sus amigos, pero no pueden estar aquí).
-Yes, they are my friends. And, why can’t they be here? (Sí, ellos son mis amigos. Y ¿por qué no pueden estar aquí?)
La camarera titubeó antes de contestar. Habló casi en un susurro.
-Well, you know how things are…I really don’t care myself, but if I let them I could run into troubles with the boss, and …they should go to the colored stand. (Bien, usted sabe cómo son las cosas… A mí, por mí, no me importa, pero si los dejo puedo tener problemas con mi jefe y… ellos deben ir al sitio de la gente de color).
Una sonrisa terrible cruzó el rostro del hombre.
-But why? (Pero, ¿por qué?) -exclamó sin perder la sonrisa
La camarera titubeó una vez más, miró a su alrededor donde ya varios de los presentes nos miraban con rostros contrariados.
-Because they are colored. That’s why. (Porque ellos son de color. Por eso).
-Oh, that’s it…no, no, you are wrong, they are not. See, this lady and her cute boy are tourist, Cuban tourist. They are not black. Do you know Cuban people? They are just burned by the sun. (Oh, es eso… no, no, usted está equivocada, ellos no. Mire, esta señora y su gracioso hijo son turistas, turistas cubanos. No son negros. ¿Conoce usted a los cubanos? Solamente están quemados por el sol).
La camarera llegó a un punto de turbación muy alto y la cafetera que sostenía en una mano comenzó a temblar.
-OK, what do you want? (Está bien, ¿qué usted quiere?) -preguntó desfallecida.
Mi madre tuvo su café y yo un Chocolate Ice Cream Soda. El hombre bebió otra taza de café y regresó a su diario. Para entonces el clima de la cafetería había cambiado. El ambiente relajado y elegante que encontré al principio se había crispado. La mujer flaca se levantó de su asiento y arrojó el sándwich sin terminar en el plato. Una pareja la imitó y al pasar junto a nosotros el hombre exclamó:
-Jesus Christ! What’s happening in this country? (¡Jesucristo! ¿Qué está pasando en este país?)
Por la abertura que daba a la cocina vi asomarse las caras negras de dos cocineros que nos miraban con ojos desorbitados. Luego desaparecieron sin hacer comentarios. Al final de nuestra estancia en el lugar, solo quedábamos el hombre, mi madre, yo y la camarera. Los demás no habían podido soportar nuestra presencia. El hombre corpulento pidió la cuenta a la camarera que se apuró en traerla. Pagó y le dejó una buena propina, que la mujer pecosa recibió con una sonrisa entre tímida y alarmada.
-Do you read? (¿Usted lee?) -preguntó de cuajo a la mujer.
Ella pareció perderse por unos instantes, titubeó y dijo.
-I read the Bible and the newspaper. (Leo la Biblia y los periódicos).
-Can you read Spanish? (¿Puede leer en español) -preguntó el hombre.
-No, I can’t. (No, no puedo).
-Look -exclamó el hombre corpulento de barba blanca, señalándome con un dedo enorme-, -this kid reads Mark Twain, Richard Boroughs and L. Frank Baum in English and he is only eight. (Mire, este niño lee a Mark Twain, Richard Boroughs y L. Frank Baum en inglés y sólo tiene ocho años).
Se levantó de su asiento y nos invitó a imitarlo. Abandonamos la cafetería y justo en la puerta sacó un libro de su maletín, me lo entregó y se despidió con una sonrisa, esta vez amable y fresca. Desapareció entre los viajeros, llevando el diario bajo el brazo. Leí el título en la carátula del libro y el nombre de su autor: Fiesta, by Ernest Hemingway. Volví la cabeza hacia mi madre en busca de una explicación y ella me miró con dulzura, sonrió y me dijo:
-Si, él es Hemingway, el escritor americano.
To my mother Plácida 1911 - 2009
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