Por Sergio Giral
Toma 1:
Toma 1:
El periodo de la
república cubana trajo consigo una serie de atractivos emblemáticos que lo
caracterizaron como uno de los períodos más atractivos para el turismo internacional.
Una capital llena de emociones caribeñas de rasgos europeizantes y un África punzante. Los visitantes se movían
seguros y divertidos por las calles de la ciudad en busca de sus preferidos
platos existenciales, ya sea un bar americano, una barra criolla, un restaurant
gourmet, una fonda de chinos, un puesto de fritas, una prostituta barata, una
prostituta elegante, un guateque guajiro, un toque de santo o un puro cazador.
Se compraban artículos de piel de cocodrilos en las tiendas de El Prado y el
último grito de la moda francesa en El Encanto. Algunos viajaban al interior en
busca de la paz campesina y los románticos paisajes de un valle, una cascada,
un pueblo detenido en el tiempo y el espacio, montañas de aborígenes caribeños,
playas exclusivas, playas púbicas, un pase de coca, un suspiro de marihuana o
un simple saludable bienestar. La capital también albergaba celebridades
literarias, hollywoodenses, pintores y toda la fauna del arte contemporáneo del
momento. Los centros nocturnos empequeñecían
el recuerdo del cabaret alemán y se disputaban un espacio junto al Lido y al Moulin
Rouge. Luces, colores, mujeres de carnes firmes y la música. La música es el
talismán de la herencia cubana que permite romper los avatares más poderosos y
convertirlos en aliados. Música que escapa de instrumentos mujer y tambor africano.
Había más, los ciudadanos de la capital. Los ciudadanos de la
capital llevaban con orgullo su distintivo personal, ya sea racial, económico o
social. Los visitantes se movían en su espacio propio y casualmente eran
interferidos por limosneros y prostitutas de a pie. Un pueblo que no veía en el
visitante una ventaja, una solución, un respiro y un anhelo. Los ciudadanos se
movían en su propio espacio y así los visitantes.
Toma 2:
Sucedió que cansados de sus visitantes el pueblo se
enroló en una aventura xenofóbica y los arrojó del templo, los sustituyó por
campesinos barbudos y militantes arribistas. Luego vinieron los otros, los de
lejos, con un lenguaje nunca antes escuchado, costumbres nunca antes practicadas,
olores nunca antes percibidos. Esos nuevos visitantes no encontraron un bar americano, una barra criolla, un restaurant
gourmet, una fonda de chinos, un puesto de fritas, una prostituta barata, una
prostituta elegante, un guateque guajiro, un toque de santo. No se compraron
artículos de piel de cocodrilos en las tiendas de El Prado y el último grito de
la moda francesa en El Encanto. No viajaban al interior en busca de la paz
campesina y los románticos paisajes de un valle, una cascada, un pueblo
detenido en el tiempo y el espacio, montañas de aborígenes caribeños, playas
exclusivas, playas púbicas, un pase de coca, un suspiro de marihuana o un
simple saludable bienestar. No acudían a centros nocturnos de luces, colores,
mujeres de carnes firmes y la música. No lo encontraron ni lo buscaron porque
no existían y también porque no lo conocían. Los descendientes de Raskolnikov y
los Karamazovs se mantuvieron en ghettos especiales donde comían sus platos tradicionales,
bebían su alcohol tradicional, fumaban sus hierbas tradicionales y sobretodo no
se juntaban con los ciudadanos de la capital. Otros llegaron de El Sur en una
estampida huyendo del desprecio dictatorial para caer en otro desprecio dictatorial
que los protegió, alimentó, albergó, privilegió sobre los ciudadanos. Un día
todos se marcharon y la capital quedó derrumbada, agotada, incrédula, irreverente,
violada, machucada por los visitantes.
Toma 3:
Página en construcción.
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