EL POGROMO DE LAS MARIPOSAS
(capitulo XXXIII de mi novela publicada VILLA MISERIA)
Caminaba por la Avenida del Puerto. Una brisa dulzona con olor a salitre me golpeaba el rostro. Los rayos del sol caían oblicuos sobre la ciudad y ya no atentaban contra sus habitantes. El trozo de muralla se mostraba sin altivez, residuo de una ciudad fortificada en tiempos de piratas y malandrines. El muro del malecón se mantenía impávido al paso del tiempo y de las olas que lo golpeaban con saña. A lo largo de la faja costera, una serie de locales cerrados o convertidos en establecimientos del gobierno recordaba los bares de putas y marineros mercantes ya desaparecidos.
Uno de estos bares me resultaba especialmente simpático. Llevaba por nombre el de nuestra primera progenitora, Eva, y su clientela, en su mayoría, la integraban marineros griegos. El bar Eva, como cualquier otro bar del puerto, tenía putas. Los marineros griegos entrelazaban los brazos para ejecutar los complicados pasos del hassapiko sobre las mesas del local, a las notas desgarradoras del laoutu y la lira cretense. La clientela de griegos con sus cantos y danzas hizo famoso al bar, sobretodo por la fama de su ambivalencia sexual.
_¡El Bugarronopolis atracó al puerto!
Era un grito de victoria entre las locas asiduas al Bar Eva.
Avanzada la noche, algunos marineros rebosantes de alcohol y la alegría que da la tierra firme y el atraso tras largas travesías, preferían las caricias de los mancebos, y partían con ellos a los hoteluchos para hombres solos.
Caminaba por el malecón, cuando tropecé con Rosa. Un mulato de breve estampa y ojos rasgados que delataban su mestizaje asiático y le ganaban el mote de, La China.. Para un timorato que guarda compostura en público, resultaba imposible tratar a Rosa, LaChina, pues sus amaneramientos eran tan excesivos, que resultaban un cartel lumínico en medio de la calle.
Nos sentamos en uno de los bancos del parque y conversamos sobre los años que llevábamos sin vernos.
_Tres, dijo ella.
Y se apresuró a narrarme la historia de su vida en esos últimos tres años.
Rosa parloteaba con avidez. Las palabras que salían de su boca eran balas de metralleta y explotaban en el aire con picardía. Sus manos eran alas de pájaro libre surcando el cielo y la sonrisa que le cruzaba el rostro le achinaba más los ojos y le daba el aspecto de una geisha. En contraste con su forma de narrar que movía a la risa cada minuto, Rosa no contaba ninguna travesura ni hacía bromas, sino relataba su odisea de prisionero en un campo de trabajo forzoso para homosexuales.
Aún no tenía la edad para ser reclutado por el ejército, cuando los militares lo arrestaron durante una de las recogidas en la heladería Coppelia. Sin acusación ni juicio, Rosa fue enviada a un campo de concentración de la eufemista “Unidad Militar de Ayuda a la Producción”. UMAP.
La travesía en camiones destartalados, duró días antes de llegar a unas remotas ciénegas de La Isla. Allí, los reclutas eran forzados a levantar las barracas que servirían de campamento. Durante los días de construcción, dormían a la intemperie, taladrados por descomunales zancudos. Una semana llevó construir el campamento. Al terminar, los reclusos tenían la piel infectada por las picadas de los insectos, y el sol que los abrasaba les levantaba ampollas y los igualaba en color y clase.
Junto a Rosa, gentes de todo tipo compartían el mismo destino. Científicos, artistas, chulos, “locas de recogidas”, practicantes de sectas religiosas, vagos, delincuentes, sabios y poetas, corrían la misma suerte. La misma desesperación. Con el paso de los días se fueron acostumbrando a la dura faena de cortar y alzar la caña de azúcar, vigilados y amenazados por las bayonetas de sus guardianes. Poco a poco los prisioneros fueron organizando su vida penitenciaria y encontrando formas de subsistencia y acomodo. En medio de tanta desgracia, las locas prisioneras no perdían la alegría de su naturaleza ni la imaginación que lograba vencer al desamparo en que se encontraban.
Por las noches en las barracas, los prisioneros empataban mosquiteros para convertirlos en largos velos. Tejían nuevos ruedos a los sombreros de yarey para simular con ellos asombrosas pamelas. Por las mañanas, cuando eran transportados a los cañaverales en carretas tiradas por bueyes, iban adornados con guirnaldas de flores y se cubrían con pamelas de ala ancha y largos velos que bailaban al viento.
Sin perder su acostumbrada gracia, Rosa narró los castigos ejemplares a que fueron sometidos por desobediencia o rebeldía. Enterrados hasta la cintura en un fanguizal y abandonados a merced de los zancudos o lacerados por bayonetas o golpeados o fusilados.
Con el tiempo, e independientemente de sus oficios y profesiones, los prisioneros se convirtieron en magníficos cortadores de caña. Se les permitió la visita de familiares y a los más cumplidores se les otorgó salidas al pueblo vecino.
Todo parecía machar bien en el campo de concentración. En la capital, intelectuales influyentes intercedían por los prisioneros, abogaban por el desmantelamiento de las unidades y la liberación de los concentrados.
Rosa mantenía relaciones íntimas con un guardia del campamento llamado Adigio. Un campesino de la región oriental de La Isla, semianalfabeto y totalmente inconsciente de su orientación sexual. El guardia le facilitaba latas de leche en conserva y otras chucherías que les eran negadas a los prisioneros y que él guardaba de su ración o robaba de las despensas del Comando Superior. Los amantes se encontraban en los surcos de los cañaverales y hacían el amor entre hormigas, serpientes y lagartos.
La pasión que Rosa despertó en Adigio lo llevó a la desgracia. Una noche, después de varias semanas planeando el evento, los prisioneros decidieron elegir y coronar a la reina del campamento. Rosa salió victoriosa y fue elegida reina, pues poseía la belleza perturbadora de Machiko Kyo en Rashomon..
Para la coronación se dispuso un entarimado frente a las hileras de camastros, de tal manera que éstos sirvieran de lunetas para presenciar el acto. Guirnaldas de siemprevivas salpicadas de flores silvestres, colgaban de una sábana a modo de telón. Dos farolas de keroseno servían de candilejas al escenario.
Las cortesanas demoraron varias horas en maquillar a la reina, bajo las indicaciones de un prisionero experto estilista, que no podía ocuparse personalmente de la toilette por haberse cortado los tendones de las muñecas con el propósito de escapar del trabajo forzoso. El maquillaje consistió en polvo de harina finamente cernido, carmín de ladrillos triturados y maybelline de hollín de carbón. El peinado a lo Maria Antonieta de Austria se mantenía erguido gracias a las espinas de pescado que le servían de peinetas.
A medianoche, Rosa se encontraba lista para la coronación. El telón se descorrió y apareció sobre el entarimado luciendo sus galas. El vestido de noche, diseñado por un prisionero, famoso modisto de la capital, estaba confeccionado con sábanas teñídas con mercuro cromo_ robado de la enfermería por un prisionero médico_. Sobre la tela brillaban mostacillas y lentejuelas entre vuelos y encajes, que llegaban a los pies calzados con tacones de raso. De pies a cabeza, Rosa estaba deslumbrante, única en su reinado. Los invitados a la coronación aplaudieron por lo bajo, para no llamar la atención de algún guardia que podía merodear por el campamento.
Se repartió una bebida preparada con alcohol de farmacia _también robado por el prisionero médico_ ligado con jugo de caña y cocimiento de hojas de campana, una planta alucinógena que crece silvestre en los campos de La Isla. No hubo música, pero sí canciones que fueron poblando la noche de languidez y nostalgia. Rosa giraba al compás de las voces bien templadas que cantaban la zarzuela que le dio su nombre: Viéndola no cabía duda que Rosa, la China, era la más bella de todas.
De repente, un prisionero que había quedado a cargo de la vigilancia, interrumpió el festejo para avisar que los guardias venían hacia las barracas encabezados por el oficial jefe del campamento. Los prisioneros corrieron, apagaron los faroles de keroseno y se vistieron de uniforme lo más rápido que pudieron. Los militares entraron armados de fusiles y a empujones y bayonetazas los sacaron al patio.
Bajo la luna, comenzó la requisa. Los guardias arrancaron las guirnaldas del escenario, viraron los camastros, vaciaron los cajones donde los prisioneros guardaban sus pocas pertenencias, pero nada encontraron para hacer enjuicio de lo sucedido. El oficial jefe ordenó formar filas entre amenazas e insultos. Sabía que algo ocultaban los prisioneros, se olía alguna conspiración, un acto de desobediencia, una sesión secreta de pederastas… Algo sabía por el informe de un concursante al certamen, en venganza por no haber sido elegido.
El oficial pidió un farol para alumbrar los rostros de los prisioneros y tratar de descubrir en su expresión lo que ocultaban. Los fue alumbrando uno por uno, pidiéndoles nombre y número de registro. Cuando llegó frente a Rosa, percibió algo sospechoso en el joven prisionero. Bajo el cuello del uniforme reglamentario asomaba un vuelo bordado de mostacillas. Acercó el farol al rostro y descubrió vestigios de maquillaje, que la premura del asalto no permitió borrar del todo.
_¡Aquí se está cocinando algo! –gritó– ¡Aquí hay mariconería! .
El oficial jefe del campamento hizo avanzar a Rosa fuera de la formación y le abrió la camisa del uniforme de un tirón, quedando al descubierto el escote del vestido. En un arranque de ira desgarró la tela y dejó expuestas a la vista de todos las tetas naturales del hermafrodita. De un bofetón lanzó al prisionero por tierra y comenzó a patearlo con la punta de su bota, hasta dejarlo inconsciente. Lo que ocurrió entonces, Rosa lo describe como la caída de la ciudad de Lot.
¡A la reina no!_ gritaban los prisioneros _!A la reina, no!.
La formación militar se deshizo. Los brazos gesticularon en alto y los cuerpos amagaron con avanzar. Aunque los guardias amenazaban con la punta de las bayonetas no lograban apaciguar la rebelión. Uno de los prisioneros, aventajado en estatura y fuerza _ostentaba un título nacional de lucha libre_ abrazó al oficial jefe y lo levantó en peso lejos de Rosa, que se retorcía en la tierra con el rostro lleno de heridas sangrantes.
Sin saber exactamente qué hacer, los guardias comenzaron a disparar al aire y arremetieron a bayonetazos y culatazos con los prisioneros que amenazaban con avanzar.
Al día siguiente, un lejano olor a madera quemada despertó a Rosa. Se hallaba en la enfermería y supo por su vecino de cama lo sucedido después de su desvanecimiento. Adagio, el guardia amante de Rosa, al ver al oficial golpearlo, saltó sobre su superior y compañero de armas y la emprendió a puñetazos. El resto de los guardias se agruparon en dos bandos. Los que forcejeaban con Adigio para que soltara a su presa, y los que lo perforaban a bayonetazo.
Enfurecidos por el vejamen a la reina y la destrucción de su confección prêt_à_porter, el modisto tomó una de las farolas de keroseno y la arrojó sobre un camastro. Las llamas se elevaron consumiendo rápidamente la colchoneta y el mosquitero con flores bordadas. Otros prisioneros, siguiendo el ejemplo, prendieron fuego a sus camastros y pronto la barraca fue consumida por las llamas.
Liberado del guardia amante de Rosa, que yacía moribundo en tierra, el oficial jefe corrió al puesto de mando y llamó con urgencia al Estado Mayor en busca de auxilio. Al aclarar el día llegaron los refuerzos que restablecieron el orden en el campamento, reagruparon a los prisioneros y los condujeron a pie a otra ciénega perdida en el monte. Allí fueron forzados a levantar una nueva barraca en espera de una investigación más profunda del caso.
Los heridos como Rosa, fueron trasladados a la enfermería de un campamento cercano y atendidos por enfermeros y médicos también prisioneros. El cadáver de Adigio fue arrastrado hasta un camión militar que partió para la ciudad. Y a Rosa la condenaron a los peores campamentos de la UMAP, a expiar sus pecados de por vida.
Tres años más tarde, la opinión internacional logró cortar las alambradas de púas y liberar a los prisioneros. En un discurso, el Máximo Líder se declaró en contra de los campos de concentración para homosexuales. Su propia creación.
Caía la tarde cuando Rosa concluyó su relato. Aquella odisea no le había borrado la sonrisa del rostro, que achinaba sus ojos, como máscara Ming.
_ ¿Y cómo fuiste a parar allí?
_ Porque me denunciaron.
_ ¿Y cómo fue que te denunciaron?.
_ De dedo
_ ¿Cómo de dedo?
_ A eso se le llama convicción moral.
_ ¿Y cuáles son las razones para aplicar a alguien la convicción moral?_pregunté.
_Porque tiene lo que no tengo, porque un día me miró con mala cara, porque se cree superior, porque no hace guardia de milicia, ni de Comité, ni trabajo voluntario, ni va a las manifestaciones de apoyo a la Revolución, ni hace cola, ni lee el Gramma, ni delata a sus vecinos y compañeros de trabajo, ni tiene la obediencia de los cadáveres, ni se viste mal, ni huele mal, porque tiene los ojos y la mirada sabe Dios donde, porque gusta del teatro, del ballet, aplaude a Alicia Alonso y desde las gradas del teatro García Lorca le grita: !Perra!. Porque lo he visto andar con otro maricón, porque de chiquito le cogieron el culo, porque se lo siguen cogiendo. Porque se quiere ir del país, se escribe con su familia de Miami, compra en bolsa negra jabón de baño y papel higiénico, se lava la cabeza con shampoo y usa desodorante. No trabaja porque escribe un libro, pinta un cuadro, lee 1984 de Orwell, ve el Dr Zivago en una sesión clandestina de video, compone canciones con aires de blue, canta como Carol King, Elton John y Sinatra sin saber inglés, escucha a Celia Cruz y La Lupe, que están prohibidalos Porque sus personajes favoritos femeninos son Juana de Arco, Scarlett O’Hara, Blanche DuBois y Elena Huerta y los masculinos Monty Cliff, Liberace y Rock Hudson _que aún está vivo y nadie sabe que es gay y que se morirá de Sida_ y Vicente Revuelta. Porque anda con Rene Ariza, con Reinaldo Arenas, con Virgilio Piñera, visita a Lezama Lima en su sillón de la vieja ciudad, conversa con Los Siete de Tebas y está Fuera del Juego, cree en Dios, va a la iglesia los domingos y se hizo “santo”. Y para llevar a cabo esta medida profiláctica se instruyó en secreto a un personal seleccionado a lo largo de La Isla y se puso en práctica un eficaz y económico sistema de delación de dedo, que te manda de cabeza para la UMAP.
Regresé a la Villa arrastrando mi frustración. Yo sabía de las persecuciones y los encarcelamientos y los procesos homofóbicos y el relato de Rosa, la China era un testimonio de primera mano imposible de soslayar.
En La Isla, la mayoría ignoraba los horrores que estaban ocurriendo o simplemente los obviábamos, adormecidos en un sueño que murió al nacer. Ocultábamos nuestras calamidades, nos hacíamos creer que éramos fieles servidores al Máximo Líder. Y terminamos siendo unos miserables incapaces de levantar la voz, la mano, el puño. Incapaces de protestar, establecer una opinión. El miedo nos devoraba el alma y nos hacía cómplice del horror.
Primera edición: 2010 © Library of Congress 2007 (Reservados todo los derechos. Queda rigurosamente prohibido, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento de publicación y distribución.)
(capitulo XXXIII de mi novela publicada VILLA MISERIA)
Caminaba por la Avenida del Puerto. Una brisa dulzona con olor a salitre me golpeaba el rostro. Los rayos del sol caían oblicuos sobre la ciudad y ya no atentaban contra sus habitantes. El trozo de muralla se mostraba sin altivez, residuo de una ciudad fortificada en tiempos de piratas y malandrines. El muro del malecón se mantenía impávido al paso del tiempo y de las olas que lo golpeaban con saña. A lo largo de la faja costera, una serie de locales cerrados o convertidos en establecimientos del gobierno recordaba los bares de putas y marineros mercantes ya desaparecidos.
Uno de estos bares me resultaba especialmente simpático. Llevaba por nombre el de nuestra primera progenitora, Eva, y su clientela, en su mayoría, la integraban marineros griegos. El bar Eva, como cualquier otro bar del puerto, tenía putas. Los marineros griegos entrelazaban los brazos para ejecutar los complicados pasos del hassapiko sobre las mesas del local, a las notas desgarradoras del laoutu y la lira cretense. La clientela de griegos con sus cantos y danzas hizo famoso al bar, sobretodo por la fama de su ambivalencia sexual.
_¡El Bugarronopolis atracó al puerto!
Era un grito de victoria entre las locas asiduas al Bar Eva.
Avanzada la noche, algunos marineros rebosantes de alcohol y la alegría que da la tierra firme y el atraso tras largas travesías, preferían las caricias de los mancebos, y partían con ellos a los hoteluchos para hombres solos.
Caminaba por el malecón, cuando tropecé con Rosa. Un mulato de breve estampa y ojos rasgados que delataban su mestizaje asiático y le ganaban el mote de, La China.. Para un timorato que guarda compostura en público, resultaba imposible tratar a Rosa, LaChina, pues sus amaneramientos eran tan excesivos, que resultaban un cartel lumínico en medio de la calle.
Nos sentamos en uno de los bancos del parque y conversamos sobre los años que llevábamos sin vernos.
_Tres, dijo ella.
Y se apresuró a narrarme la historia de su vida en esos últimos tres años.
Rosa parloteaba con avidez. Las palabras que salían de su boca eran balas de metralleta y explotaban en el aire con picardía. Sus manos eran alas de pájaro libre surcando el cielo y la sonrisa que le cruzaba el rostro le achinaba más los ojos y le daba el aspecto de una geisha. En contraste con su forma de narrar que movía a la risa cada minuto, Rosa no contaba ninguna travesura ni hacía bromas, sino relataba su odisea de prisionero en un campo de trabajo forzoso para homosexuales.
Aún no tenía la edad para ser reclutado por el ejército, cuando los militares lo arrestaron durante una de las recogidas en la heladería Coppelia. Sin acusación ni juicio, Rosa fue enviada a un campo de concentración de la eufemista “Unidad Militar de Ayuda a la Producción”. UMAP.
La travesía en camiones destartalados, duró días antes de llegar a unas remotas ciénegas de La Isla. Allí, los reclutas eran forzados a levantar las barracas que servirían de campamento. Durante los días de construcción, dormían a la intemperie, taladrados por descomunales zancudos. Una semana llevó construir el campamento. Al terminar, los reclusos tenían la piel infectada por las picadas de los insectos, y el sol que los abrasaba les levantaba ampollas y los igualaba en color y clase.
Junto a Rosa, gentes de todo tipo compartían el mismo destino. Científicos, artistas, chulos, “locas de recogidas”, practicantes de sectas religiosas, vagos, delincuentes, sabios y poetas, corrían la misma suerte. La misma desesperación. Con el paso de los días se fueron acostumbrando a la dura faena de cortar y alzar la caña de azúcar, vigilados y amenazados por las bayonetas de sus guardianes. Poco a poco los prisioneros fueron organizando su vida penitenciaria y encontrando formas de subsistencia y acomodo. En medio de tanta desgracia, las locas prisioneras no perdían la alegría de su naturaleza ni la imaginación que lograba vencer al desamparo en que se encontraban.
Por las noches en las barracas, los prisioneros empataban mosquiteros para convertirlos en largos velos. Tejían nuevos ruedos a los sombreros de yarey para simular con ellos asombrosas pamelas. Por las mañanas, cuando eran transportados a los cañaverales en carretas tiradas por bueyes, iban adornados con guirnaldas de flores y se cubrían con pamelas de ala ancha y largos velos que bailaban al viento.
Sin perder su acostumbrada gracia, Rosa narró los castigos ejemplares a que fueron sometidos por desobediencia o rebeldía. Enterrados hasta la cintura en un fanguizal y abandonados a merced de los zancudos o lacerados por bayonetas o golpeados o fusilados.
Con el tiempo, e independientemente de sus oficios y profesiones, los prisioneros se convirtieron en magníficos cortadores de caña. Se les permitió la visita de familiares y a los más cumplidores se les otorgó salidas al pueblo vecino.
Todo parecía machar bien en el campo de concentración. En la capital, intelectuales influyentes intercedían por los prisioneros, abogaban por el desmantelamiento de las unidades y la liberación de los concentrados.
Rosa mantenía relaciones íntimas con un guardia del campamento llamado Adigio. Un campesino de la región oriental de La Isla, semianalfabeto y totalmente inconsciente de su orientación sexual. El guardia le facilitaba latas de leche en conserva y otras chucherías que les eran negadas a los prisioneros y que él guardaba de su ración o robaba de las despensas del Comando Superior. Los amantes se encontraban en los surcos de los cañaverales y hacían el amor entre hormigas, serpientes y lagartos.
La pasión que Rosa despertó en Adigio lo llevó a la desgracia. Una noche, después de varias semanas planeando el evento, los prisioneros decidieron elegir y coronar a la reina del campamento. Rosa salió victoriosa y fue elegida reina, pues poseía la belleza perturbadora de Machiko Kyo en Rashomon..
Para la coronación se dispuso un entarimado frente a las hileras de camastros, de tal manera que éstos sirvieran de lunetas para presenciar el acto. Guirnaldas de siemprevivas salpicadas de flores silvestres, colgaban de una sábana a modo de telón. Dos farolas de keroseno servían de candilejas al escenario.
Las cortesanas demoraron varias horas en maquillar a la reina, bajo las indicaciones de un prisionero experto estilista, que no podía ocuparse personalmente de la toilette por haberse cortado los tendones de las muñecas con el propósito de escapar del trabajo forzoso. El maquillaje consistió en polvo de harina finamente cernido, carmín de ladrillos triturados y maybelline de hollín de carbón. El peinado a lo Maria Antonieta de Austria se mantenía erguido gracias a las espinas de pescado que le servían de peinetas.
A medianoche, Rosa se encontraba lista para la coronación. El telón se descorrió y apareció sobre el entarimado luciendo sus galas. El vestido de noche, diseñado por un prisionero, famoso modisto de la capital, estaba confeccionado con sábanas teñídas con mercuro cromo_ robado de la enfermería por un prisionero médico_. Sobre la tela brillaban mostacillas y lentejuelas entre vuelos y encajes, que llegaban a los pies calzados con tacones de raso. De pies a cabeza, Rosa estaba deslumbrante, única en su reinado. Los invitados a la coronación aplaudieron por lo bajo, para no llamar la atención de algún guardia que podía merodear por el campamento.
Se repartió una bebida preparada con alcohol de farmacia _también robado por el prisionero médico_ ligado con jugo de caña y cocimiento de hojas de campana, una planta alucinógena que crece silvestre en los campos de La Isla. No hubo música, pero sí canciones que fueron poblando la noche de languidez y nostalgia. Rosa giraba al compás de las voces bien templadas que cantaban la zarzuela que le dio su nombre: Viéndola no cabía duda que Rosa, la China, era la más bella de todas.
De repente, un prisionero que había quedado a cargo de la vigilancia, interrumpió el festejo para avisar que los guardias venían hacia las barracas encabezados por el oficial jefe del campamento. Los prisioneros corrieron, apagaron los faroles de keroseno y se vistieron de uniforme lo más rápido que pudieron. Los militares entraron armados de fusiles y a empujones y bayonetazas los sacaron al patio.
Bajo la luna, comenzó la requisa. Los guardias arrancaron las guirnaldas del escenario, viraron los camastros, vaciaron los cajones donde los prisioneros guardaban sus pocas pertenencias, pero nada encontraron para hacer enjuicio de lo sucedido. El oficial jefe ordenó formar filas entre amenazas e insultos. Sabía que algo ocultaban los prisioneros, se olía alguna conspiración, un acto de desobediencia, una sesión secreta de pederastas… Algo sabía por el informe de un concursante al certamen, en venganza por no haber sido elegido.
El oficial pidió un farol para alumbrar los rostros de los prisioneros y tratar de descubrir en su expresión lo que ocultaban. Los fue alumbrando uno por uno, pidiéndoles nombre y número de registro. Cuando llegó frente a Rosa, percibió algo sospechoso en el joven prisionero. Bajo el cuello del uniforme reglamentario asomaba un vuelo bordado de mostacillas. Acercó el farol al rostro y descubrió vestigios de maquillaje, que la premura del asalto no permitió borrar del todo.
_¡Aquí se está cocinando algo! –gritó– ¡Aquí hay mariconería! .
El oficial jefe del campamento hizo avanzar a Rosa fuera de la formación y le abrió la camisa del uniforme de un tirón, quedando al descubierto el escote del vestido. En un arranque de ira desgarró la tela y dejó expuestas a la vista de todos las tetas naturales del hermafrodita. De un bofetón lanzó al prisionero por tierra y comenzó a patearlo con la punta de su bota, hasta dejarlo inconsciente. Lo que ocurrió entonces, Rosa lo describe como la caída de la ciudad de Lot.
¡A la reina no!_ gritaban los prisioneros _!A la reina, no!.
La formación militar se deshizo. Los brazos gesticularon en alto y los cuerpos amagaron con avanzar. Aunque los guardias amenazaban con la punta de las bayonetas no lograban apaciguar la rebelión. Uno de los prisioneros, aventajado en estatura y fuerza _ostentaba un título nacional de lucha libre_ abrazó al oficial jefe y lo levantó en peso lejos de Rosa, que se retorcía en la tierra con el rostro lleno de heridas sangrantes.
Sin saber exactamente qué hacer, los guardias comenzaron a disparar al aire y arremetieron a bayonetazos y culatazos con los prisioneros que amenazaban con avanzar.
Al día siguiente, un lejano olor a madera quemada despertó a Rosa. Se hallaba en la enfermería y supo por su vecino de cama lo sucedido después de su desvanecimiento. Adagio, el guardia amante de Rosa, al ver al oficial golpearlo, saltó sobre su superior y compañero de armas y la emprendió a puñetazos. El resto de los guardias se agruparon en dos bandos. Los que forcejeaban con Adigio para que soltara a su presa, y los que lo perforaban a bayonetazo.
Enfurecidos por el vejamen a la reina y la destrucción de su confección prêt_à_porter, el modisto tomó una de las farolas de keroseno y la arrojó sobre un camastro. Las llamas se elevaron consumiendo rápidamente la colchoneta y el mosquitero con flores bordadas. Otros prisioneros, siguiendo el ejemplo, prendieron fuego a sus camastros y pronto la barraca fue consumida por las llamas.
Liberado del guardia amante de Rosa, que yacía moribundo en tierra, el oficial jefe corrió al puesto de mando y llamó con urgencia al Estado Mayor en busca de auxilio. Al aclarar el día llegaron los refuerzos que restablecieron el orden en el campamento, reagruparon a los prisioneros y los condujeron a pie a otra ciénega perdida en el monte. Allí fueron forzados a levantar una nueva barraca en espera de una investigación más profunda del caso.
Los heridos como Rosa, fueron trasladados a la enfermería de un campamento cercano y atendidos por enfermeros y médicos también prisioneros. El cadáver de Adigio fue arrastrado hasta un camión militar que partió para la ciudad. Y a Rosa la condenaron a los peores campamentos de la UMAP, a expiar sus pecados de por vida.
Tres años más tarde, la opinión internacional logró cortar las alambradas de púas y liberar a los prisioneros. En un discurso, el Máximo Líder se declaró en contra de los campos de concentración para homosexuales. Su propia creación.
Caía la tarde cuando Rosa concluyó su relato. Aquella odisea no le había borrado la sonrisa del rostro, que achinaba sus ojos, como máscara Ming.
_ ¿Y cómo fuiste a parar allí?
_ Porque me denunciaron.
_ ¿Y cómo fue que te denunciaron?.
_ De dedo
_ ¿Cómo de dedo?
_ A eso se le llama convicción moral.
_ ¿Y cuáles son las razones para aplicar a alguien la convicción moral?_pregunté.
_Porque tiene lo que no tengo, porque un día me miró con mala cara, porque se cree superior, porque no hace guardia de milicia, ni de Comité, ni trabajo voluntario, ni va a las manifestaciones de apoyo a la Revolución, ni hace cola, ni lee el Gramma, ni delata a sus vecinos y compañeros de trabajo, ni tiene la obediencia de los cadáveres, ni se viste mal, ni huele mal, porque tiene los ojos y la mirada sabe Dios donde, porque gusta del teatro, del ballet, aplaude a Alicia Alonso y desde las gradas del teatro García Lorca le grita: !Perra!. Porque lo he visto andar con otro maricón, porque de chiquito le cogieron el culo, porque se lo siguen cogiendo. Porque se quiere ir del país, se escribe con su familia de Miami, compra en bolsa negra jabón de baño y papel higiénico, se lava la cabeza con shampoo y usa desodorante. No trabaja porque escribe un libro, pinta un cuadro, lee 1984 de Orwell, ve el Dr Zivago en una sesión clandestina de video, compone canciones con aires de blue, canta como Carol King, Elton John y Sinatra sin saber inglés, escucha a Celia Cruz y La Lupe, que están prohibidalos Porque sus personajes favoritos femeninos son Juana de Arco, Scarlett O’Hara, Blanche DuBois y Elena Huerta y los masculinos Monty Cliff, Liberace y Rock Hudson _que aún está vivo y nadie sabe que es gay y que se morirá de Sida_ y Vicente Revuelta. Porque anda con Rene Ariza, con Reinaldo Arenas, con Virgilio Piñera, visita a Lezama Lima en su sillón de la vieja ciudad, conversa con Los Siete de Tebas y está Fuera del Juego, cree en Dios, va a la iglesia los domingos y se hizo “santo”. Y para llevar a cabo esta medida profiláctica se instruyó en secreto a un personal seleccionado a lo largo de La Isla y se puso en práctica un eficaz y económico sistema de delación de dedo, que te manda de cabeza para la UMAP.
Regresé a la Villa arrastrando mi frustración. Yo sabía de las persecuciones y los encarcelamientos y los procesos homofóbicos y el relato de Rosa, la China era un testimonio de primera mano imposible de soslayar.
En La Isla, la mayoría ignoraba los horrores que estaban ocurriendo o simplemente los obviábamos, adormecidos en un sueño que murió al nacer. Ocultábamos nuestras calamidades, nos hacíamos creer que éramos fieles servidores al Máximo Líder. Y terminamos siendo unos miserables incapaces de levantar la voz, la mano, el puño. Incapaces de protestar, establecer una opinión. El miedo nos devoraba el alma y nos hacía cómplice del horror.
Primera edición: 2010 © Library of Congress 2007 (Reservados todo los derechos. Queda rigurosamente prohibido, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento de publicación y distribución.)
1 comment:
Querido Sergio. Me has revuelto las visceras, he regresado a la UMAP, y ahora me siento humillado con la visita de la Mariela en NY hablando de los progresos gays en Cuba. Te conocia de director de films, pero ahora te admiro como escritor, y creeme q eso en otro escritor tan parco para las alabanzas lo dice todo. Nosotros pasaremos pero el testimonio en la piel quedara. Tuyo. Hector Santiago.
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