BLOG DE LA ESCRITORA ZOÉ VALDÉS diciembre 29, 2011
Dos veces Ana, de Sergio Giral, o el renacimiento de un cine de claves históricas e irónicas.
Ayer se proyectó en la Escuela de Artes Audiovisuales de la rue Saint Martin, en París, el largometraje Dos veces Ana del realizador Sergio Giral (1937), nacido en Cuba de madre norteamericana y padre cubano.
Sergio Giral es, como recordarán, el autor de varias películas importantes del cine cubano, controvertidas en su gran mayoría, porque viviendo y actuando en medio del castrismo se atrevió a tocar el tema racial a través de claves históricas muy particulares en la idiosincracia cubana, y además en algunas ocasiones realizó críticas directas sin tapujos ni metáforas a la sociedad castrista a través de la ironía y valiéndose de una gran cultura pictórica y cinematográfica. Sergio Giral se exilió a principios de los años noventa junto a Armando Dorrego, en París, pero rápidamente ambos viajaron a Estados Unidos, a Miami, donde aún residen. Armando Dorrego es coguionista y productor de Dos veces Ana, también con una trayectoria cinematográfica reconocida. La proyección, en una nutrida sala del recinto, culminó con cerrados aplausos, muy merecidos.
Dos veces Ana es en primer término una comedia dramática, posee desde el inicio todos los rejuegos visuales y de contenido para hacérnoslo creer, en una segunda lectura podríamos referirnos a ella como comedia psicológica, reflexiva acerca de las identidades multiculturales. Los autores del guión, Giral y Dorrego, amarraron muy bien la doble trama, para que hasta a poco menos del final no advirtamos que no nos encontramos ante un trauma de doble personalidad, ni ante un simple homenaje a Ingmar Bergman, dándose el valijú de cultos, que lo son, tampoco ante un sueño recurrente de una cajera que reduce su existencia a la irrealidad y al onirismo, y mucho menos a la película dentro de la película que estaría rodando la actriz interpretando el rol de una cajera. Al final, como en el buen cine, la sencillez nos reanima. Y con esa misma sencillez, a través de efectos tan naturales como la telenovela, el espacio cerrado de un minimercado, y el universo reiterativo de una cajera, por otra parte el de un apartamento decorado para dar la apariencia de un supuesto lujo requerido para poder triunfar, y la ciudad de Miami como telón de fondo, de ninguna manera como protagonista especial como se puede apreciar en recientes películas de la filmografía hollywoodense, Giral nos adentra no sólo en los parcours de los dos personajes, las dos Ana, que interpreta Elvira Valdés, sino que además nos inicia en la trayectoria de una ciudad a través de personajes típicos, algunos afectados por las desigualdades propias de las grandes y jóvenes ciudades que en su vertiginoso crecimiento van dejando atrás a gente valiosa, artistas, soñadores, filósofos venidos a menos, callejeros, y va colocando en falsos pedestales a los que someten la creación individual y espiritual a viejos cánones o a proyectos retrógrados de futuro, donde el racismo en apariencia dejó de ser racial, para convertirse en cultural. Sergio Giral también nos da las llaves para entreabrir las diversas puertas que conducen a sus variadas fuentes de inspiración como creador; de este modo, a los que no conocen la obra del realizador, les brinda la posibilidad de iniciarse en ella a través de citas inteligentes aunque despojadas de egotismo referidas a su obra individual.
La película se hizo con muy pocos recursos, producida por ellos mismos, y gracias a la generosidad de cada uno de los integrantes del equipo de filmación. Sin embargo, siendo una película de cine independiente real, y no de ese cine independiente del que nos revenden en las pantallas del cine comercial, su impecable factura me recordó a joyas de la cinematografía estadounidense como Algo pasa con Mary, entre otras comedias recientes.
Sergio Giral no tiene nada que demostrar a estas alturas de su magisterio en la dirección de actores, en esta película vuelve a reafirmarlo, que es un gran director. Sin embargo, lo novedoso para mí fue el descubrimiento del magnífico trabajo de Elvira Valdés, quien soporta a cada uno de los personajes encima de sus hombros, y alrededor de la cual, pero por partida doble, gira toda la película. Una actuación impecable, manejada con gran fineza, elegante, soberbia. Por momentos recuerda a la Alina Rodríguez de María Antonia, a Daysi Granados, también dirigida por Giral, pero sobre todo, podría garantizar, sin exagerar, que Elvira Valdés acaba de ser redescubierta en un rol principal, algo en lo que ella pudo desenvolverse muy poco en Cuba, siendo sin embargo una actriz de empaque, que venía prometiendo desde la primera aparición que yo recuerde en Cecilía Valdés de Humberto Solás.
Elvira Valdés está en la cuerda de una Cameron Díaz, y de una Marisa Tomei, esperemos que la vida le reserve roles tan envidiables y tan brillantemente actuados como a sus colegas. Su actuación, tranquila, penetrante, nos hace olvidar que nos encontramos ante la bella Elvirita que hacía voltear todas las miradas habaneras hacia ella, para encontrarnos frente a una mujer que ha sabido estudiarse, refrenarse o moderarse, moldearse como actriz, para acaparar la psicología de cualquier personaje que afrente, por muy diferente que sean, como es el caso de las dos Ana que interpreta, para entregárnoslos puros, interiorizados y asimilados, saciada y exultante.
Fue también una grata sorpresa encontrar al músico Michel Fragoso en uno de los personajes protagónicos y descubrir que no sólo es un gran músico sino que va en camino de convertirse en un intrépido actor, y también resulta de una gran alegría volver a hallar actrices y actores consagrados, que repiten o no con Giral, como es el caso de Lili Rentería, o Isabel Moreno, Jorge Luis Álvarez, y Gilberto Reyes (habituales referencias en la cinematografía cubana).
De un gran acierto ha sido entretejer personajes con los actores, y colocarlos doblemente en planos sociales antagónicos, revestirlos con frases o acciones repetitivas que desenmascaran los falsos rituales y las engañifas evidentes de los modus vivendis que los seres humanos de principios del siglo XXI tratan de adoptar para no desviarse ni un milímetro de lo políticamente correcto todavía arrastrando los peores moldes y los miserables tics de un siglo que expiró hace ya doce años, pero que ya en su primera década había dado genios inimaginables, cosa que tarda en ocurrir, a todas luces, en este siglo ensombrecido por el racismo y la mojigatería cultural, las religiones, y el excesivo protagonismos de los políticos y de los payasos de espectáculos inducidos a través de la caja estúpida (la televisión), en detrimento de todo lo que alcanzamos en el campo de la creación y en materia artística a todo lo largo del siglo pasado, pese a la 1ra y la 2da guerra mundial.
Dos veces Ana es por todo eso una película noble, magnífica, con un guión muy pensado y mejor estructurado y una extraordinaria dirección de actores. Es una gran película, hecha en los bajos fondos del capitalismo, que encajaría en el llamado Cine Pobre o del Dogma, sin quererlo, y lo mejor, sin ser pobre y sin ser dogmática, en todo el sentido de la palabra, sobre todo en el fílmico. Su presencia en los festivales europeos debería ser bienvenida, requerida con urgencia. Porque aquí estamos ante una nueva propuesta muy singular de un cineasta exiliado del castrismo, sin que prime el discurso estridente de lo político, pero sin embargo, el sólo hecho de que Sergio Giral haya conseguido hacer una película tan lograda como Dos veces Ana, sin ningún tipo de respaldo, y desde el exilio (él mismo dirigió un documental sobre las dificultades de los cineastas cubanos exiliados para dirigir su obra), resulta uno de los mayores triunfos del exilio cubano, unido siempre en el buen arte, en la buena música, en la buena literatura, en el buen cine. Gracias, pues, a todo el equipo de Dos veces Ana.
Zoé Valdés.