Por Sergio Giral
A lo largo de la historia de la humanidad es comprobable el deslumbramiento por todo lo nuevo, lo que cambia y parece ser diferente. Esa exaltación del intelecto y los sentidos resulta inexplicable para aquellos que por mucho tiempo han permanecido en guardia sobre lo que merece atención y aquellos que han sufrido algún tipo de escarnio, digamos de forma cursi, en carne propia. Una vez visitando en campo de concentración y exterminio de Buchenwald en Weimar, Alemania, presencia un grupo de visitantes de tercera edad depositando flores junto a un monumento y pregunté. Se me explicó que se trataba de sobrevivientes del campo que ofrecían tributo a sus familiares desaparecidos en el holocausto de ese lugar. Desconozco si familiares de desaparecidos en las estepas siberianas regresaron en busca de algún recuerdo familiar o memorizar la condena de la subversión. Todos salvos y sanos y pensé que a pesar del sufrimiento padecido el ser humano es capaz de seguir viviendo y regresar al lugar de los hechos. Otros que en realidad solo fueron saltimbanquis de algún régimen opresor, regresan entusiasmado por los nuevos aires, creyendo que sus desavenencias, conocida o no, serán perdonadas u olvidadas por los señores del yunque. Algunos, animados por la innovación, se lanzan a nuevas experiencias en campos una vez minado para ellos, esperando la complacencia y el perdón monástico. También están los filibusteros, tránsfugas y buscadores de oro. Y creo que los peores son los inconscientes, los que nunca supieron, a los que nunca les interesó, los que nunca tomaron en serio la posibilidad de regresar bajo cualquier nuevo orden, cualquier nuevo combate. Los visitantes al campo de concentración y exterminio de Buchenwald en Weimar, Alemania, no habían olvidado lo padecido por ellos y sus seres queridos, es por eso que regresaban a poner flores. Los demás son turistas de paso, titiriteros de mala muerte, starlettes y ególatras que necesitan de un nuevo escenario donde la memoria haya sido borrada.
A lo largo de la historia de la humanidad es comprobable el deslumbramiento por todo lo nuevo, lo que cambia y parece ser diferente. Esa exaltación del intelecto y los sentidos resulta inexplicable para aquellos que por mucho tiempo han permanecido en guardia sobre lo que merece atención y aquellos que han sufrido algún tipo de escarnio, digamos de forma cursi, en carne propia. Una vez visitando en campo de concentración y exterminio de Buchenwald en Weimar, Alemania, presencia un grupo de visitantes de tercera edad depositando flores junto a un monumento y pregunté. Se me explicó que se trataba de sobrevivientes del campo que ofrecían tributo a sus familiares desaparecidos en el holocausto de ese lugar. Desconozco si familiares de desaparecidos en las estepas siberianas regresaron en busca de algún recuerdo familiar o memorizar la condena de la subversión. Todos salvos y sanos y pensé que a pesar del sufrimiento padecido el ser humano es capaz de seguir viviendo y regresar al lugar de los hechos. Otros que en realidad solo fueron saltimbanquis de algún régimen opresor, regresan entusiasmado por los nuevos aires, creyendo que sus desavenencias, conocida o no, serán perdonadas u olvidadas por los señores del yunque. Algunos, animados por la innovación, se lanzan a nuevas experiencias en campos una vez minado para ellos, esperando la complacencia y el perdón monástico. También están los filibusteros, tránsfugas y buscadores de oro. Y creo que los peores son los inconscientes, los que nunca supieron, a los que nunca les interesó, los que nunca tomaron en serio la posibilidad de regresar bajo cualquier nuevo orden, cualquier nuevo combate. Los visitantes al campo de concentración y exterminio de Buchenwald en Weimar, Alemania, no habían olvidado lo padecido por ellos y sus seres queridos, es por eso que regresaban a poner flores. Los demás son turistas de paso, titiriteros de mala muerte, starlettes y ególatras que necesitan de un nuevo escenario donde la memoria haya sido borrada.